Muchas personas piensan que la ropa es solo un accesorio más o algo que usamos para vernos más bonitos y transmitir nuestro propio estilo, hacer que la gente vea que estamos al tanto de las últimas modas, a veces la ropa nos hace parecer alguien que no somos y hay otras veces en verdad no importa que rayos te pongas.
Se que podemos tener mucha ropa, pero siempre vamos a tener nuestra tenida favorita, esa que usamos en cuanto sale de la lavadora, para los mejores eventos o para días especiales, como si fuera una cábala mágica que nos diera la suerte que necesitamos. Por lo menos a mi me pasaba eso.
Recuerdo que una vez, cuando tenía 11 años fui a Johnsons con mi mamá porque había liquidación, la verdad es que en ese entonces no me gustaba mucho salir a vitrinear porque toda la ropa para niña era apretada o muy escotada, cosa que no venía con mi personalidad ni con mi cuerpo, ya que era un tanto gordita y siempre he tenido la manía de vestirme de acuerdo a como me siento o simplemente a veces me pongo cualquier cosa. No obstante, ese día fue diferente al resto, estaba media amurrada porque no quería estar allí, mi mamá me mostraba faldas, faldas y más faldas sabiendo que yo odiaba las faldas. Mirando el panorama vi un cartel que decía que vendían unas poleras a $1.990, yo, de pura curiosa, fui a ver qué era lo que se tejía y frente a mis ojos aparecieron unas maravillosas prendas en tres colores diferentes (negro, fucsia y verde), las poleras eran normales pero adelante tenían un estampado blanco con muchas figuras diferentes que fue lo que más me llamó la atención, iba a tomar la negra, pero otra señora, adelantándose a mis movimientos fue más rápida que yo y se la llevó, así que sin más remedio tomé la fucsia y me la probé, se veía excelente y me gustó desde el primer momento que la vi, así que mi mamá me la compró feliz de que no hubiese elegido nada negro ni muy dark.
Con esa polera pasé algunos de los momentos más importantes desde los 11 a los 15 años, con ella salía casi todos los fines de semana, me sentía cómoda y bonita, me daba una confianza que no podía tener con ninguna otra prenda de ropa que tuviese en mi closet, con ella fui a mi primera fiesta, hice mis primeros amigos y tuve mis primeras salidas en las tardes a la casa de mis amigas; estuvo presente también cuando me cambié de colegio, cuando tuve que dejarlo todo para comenzar de nuevo en un lugar diferente donde no conocía a nadie y en esos entonces me costaba mucho ser sociable. Podríamos decir que era algo casi fundamental para mi y no se por qué cobró tanto valor a lo largo del tiempo.
Las figuras que tenía estampadas se comenzaban a salir con tanto lavado y comenzaron a verse algunos hoyitos que, según yo, casi ni se notaban, nunca me importó eso porque amaba esa polera, pero los años la fueron destiñendo y sus años útiles comenzaron a ser demasiado evidentes. Creo que la última vez que la usé fue para un festival llamado "Rock al Parque" con unos pantalones morados a cuadros, me costó despedirme de ella, ya que parecía una amiga que siempre estuvo presente, pero ya estaba creciendo y debía desprenderme de muchas cosas que llevaba arrastrando, no podía estar para siempre pegada en la misma etapa, nunca volví a sentir tanto aprecio por una prenda de vestir porque empecé a confiar más en mi y en mis capacidades; al crecer me di cuenta de que si no hubiese sido por la compra de ese maravilloso artículo no sería quien soy hoy, ya que me ayudó en momentos complicados a apoyarme, quizás suene ridículo que me haya pasado esto con algo tan insignificante como lo es una polera, pero se que más de una vez todos nos hemos apoyado en algo material, espiritual o una persona para poder lograr tener confianza en nosotros, no obstante cuando comenzamos a cambiar y es momento de continuar el camino hay cosas que a veces hay que dejar ir.